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martes, 6 de julio de 2021

Con los chicos y las chicas de 3º A leímos la leyenda tehuelche sobre el origen del Calafate y ¿Es esta mi cola?


 

RESTAURANTE DE LECTURA

“ALIMENTANDO TUS GANAS DE LEER”

MENÚ DEL DÍA:

LEYENDAS

PLATO PRINCIPAL: “LEYENDA DEL CALAFATE”

ADAPTACIÓN DE SUSANA C. OTERO

POSTRE: “¿DÓNDE ESTÁ MI COLA?”

AUTORA: GRACIELA BIALET

Les compartimos la leyenda del calafate. 

EL ORIGEN DEL CALAFATE . Leyenda tehuelche. por Susana C. Otero 

El calafate es un árbol característico del sur de la patagonia Argentina, arbusto espinoso de flor amarilla que da bayas de color azul oscuro.

Dicen que dicen ... los abuelos sabios que por aquellos tiempos, cuando los tehuelches eran los dueños de la tierra, cada vez que el invierno se acercaba era menester levantar los toldos y emigrar para buscar alimento y calor. En invierno, la nieve lo cubría todo, disfrazando con su manto blanco la superficie y el sol no hacía otra cosa que dar luz, pues el calor no llegaba a esos lejanos lugares. Los bosques se teñían con diferentes matices, abundaban los tonos amarillos, casi dorados, o el anaranjado que subía hasta convertirse en un intenso y endiablado rojo. Estas transformaciones se siguen repitiendo a pesar de haber transcurrido el tiempo.

También cuentan que por aquellos días una anciana sabia de nombre Koonek iba junto a los integrantes de su comunidad en busca de mejores tierras, y así poder sobrevivir ese invierno que parecía haberse adelantado. Llevaban ya varios días de marcha, la nevada cubríalo todo y la ventisca azotaba los cuerpos, Koonek, ya no era joven, y a cada paso que daba las fuerzas que otrora la mostraron vigorosa, escaseaban, apenas si podía avanzar, ella sabía que retrasaba a los demás, pero las cansadas piernas, la nieve y la ventisca conspiraban con el paso del tiempo, cada paso que adelantaba era un poco de vida que escapaba del cuerpo avejentado de la sabia mujer. Entonces Koonek reunió a los demás entorno suyo, con gesto adusto pero convencida de su decisión les informó que ya no podía seguir, ella iba a abandonar la marcha. Los demás comprendieron que Koonek estaba llegando a su fin, la vida se le estaba escapando por los poros, sin embargo, a pesar de su tez terrosa y apergaminada, surcada con profundas grietas, dibujo una tenue sonrisa y se despidió del resto. Con los ojos apagados, esperó pacientemente que levantaran su toldo con ramas y lo cubrieran con gruesas pieles de guanaco. Apenados se despidieron de ella sabiendo que la suerte de Koneek estaba echada. Con el transcurrir del tiempo, los días se fueron poniendo más fríos y no tardó en caer la primera nevada, la anciana mujer cada vez estaba más débil, el hilo de la vida era cada vez más fino, tanto así que la anciana perdía más las fuerzas y en tan solo respirar le resultaba una tremenda odisea. El silencio era abrumador, solo se quebraba con el ulular quejoso del viento, entonces un sueño aletargado la fue invadiendo y la vida se le escapaba en cada bocanada de su aliento. Para Koonek el tiempo transcurría lento, por eso no supo si era una mañana o una tarde calma, cuando vio revolotear a un pájaro solitario. Sorprendida por aquella visita inesperada, con un hilo de aliento le preguntó: - ¿Qué sucedió con tu bandada?, ¿Por qué tan lejos de los tuyos? - , el ave reconoció haberse retrasado y que si no se unía pronto a sus amigos, sería su fin. La anciana al verlo tan preocupado, casi lloroso le dijo: - si tan solo pasas esta noche en mi compañía, mañana por la mañana, te sorprenderás con mi obsequio -. El pájaro, luego de meditar unos minutos y sabiendo que ese retraso podría costarle la vida, confió en la anciana mujer y se quedó a velar el débil sueño de la anciana de gesto bondadoso.

Ni bien las primeras luces del alba llegaron, el pájaro voló hasta el lecho donde la anciana descansaba pero Koonek ya no estaba allí. El avecilla, después de un gran esfuerzo, con su pico retiró las pieles y allí donde el cuerpo de la mujer había reposado, había crecido una mata espinosa, muy perfumada y de relucientes flores amarillas. El pájaro se alimentó de las flores, las que milagrosamente le devolvieron las fuerzas y el vigor perdido, dio varios aleteos y voló raudo hacia la bandada, la reunión y los llevó a que se alimentasen de aquellas flores apetecibles y energizantes. Pasó el invierno, llegó la primavera y le sucedió el verano, las flores se volvieron frutos y ya para el otoño habían tomado un hermoso tono azul, tan azul como las deliciosas moras y cuyo sabor era exquisito. Desde entonces hombres y animales tuvieron un nuevo alimento. Las aves ya no debieron trasladarse para sobrellevar el invierno y otras regresaron para alimentarse del nuevo y sabroso fruto de dulce sabor. Los hombres tehuelches también lo adoptaron como un sustento típico, ya que había nacido del generoso corazón de Koonek y lo llamaron Calafate. Dicen que dicen que el que come los frutos del Calafate siempre regresa a nuestra querida Patagonia. 

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